¿De qué hablamos cuando decimos “Salud Mental”? No es fácil dar una respuesta acabada sobre el tema. Por supuesto, no hablamos de los “profesionales de la Salud Mental”, ni tampoco del “Sistema de Salud Mental”, ni de sesudas teorías nunca suficientemente probadas. Tampoco de una definición pergeñada en algún lejano organismo internacional.
Cuando hablamos de Salud Mental, eso sí, estamos haciendo referencia a la gente. A la tristeza opacando las miradas, al miedo sometiendo con su poder el fulgor de esas miradas, a la ira que destella algunas veces en las pupilas. Sobre todo, a la desmesura en la pena, el terror, el odio. Y hablamos, desde luego, de las condiciones de vida de la gente, donde se originan pena, miedo, rencor.
Pero esto último sería bastante difícil de aceptar, especialmente para muchos especialistas en Salud Mental, porque complicaría su tarea, haciendo inútiles los diagnósticos, las interpretaciones, las evaluaciones conductuales, las recetas y las internaciones.
Relacionar las condiciones de vida de la gente con la Salud Mental, exigiría un cambio de actitud. Las Historias Clínicas, por ejemplo, consignarían el dolor del desempleo, o de la marginalidad, o de la injusticia, o del maltrato institucional, o de la angustia del desamor y el abandono.
En definitivas cuentas, se transformarían en largas y repetidas narraciones sobre soledad, carencia y discriminación.
Y una vez que las evaluaciones y las recetas ya no fuesen útiles, qué tarea desempeñarían los Profesionales de la Salud Mental. Tal vez, como única opción, tendrían que ayudar a la gente a vivir mejor. Enseñar que este es el único mundo que tenemos y hay que aceptarlo tal como es pero, también, que tenemos la posibilidad de transformarlo en otro más justo, más bueno, más solidario y hecho con el trabajo de todos.
Cuánta tarea enseñar Salud Mental. Quién sabe si sabríamos como. ¿Y si no supiésemos? Necesitaríamos diseñar seminarios para no saber. No saber como sufrir un poco menos cuando los zapatos nos hacen doler el cuerpo, el alma. Entonces también necesitaríamos reconocernos con alma, y buscar un lugar para ella, donde la tristeza fuese más lógica que las teorías acerca de la tristeza, donde el miedo de los hombres no se relacionara con encerrar a otros hombres, y la esperanza fuese artículo de primera necesidad. Al revés de lo que ocurre, aprenderíamos a andar todos juntos, inventando por el camino, como en un delirio colectivo, eso que nombramos como “Salud Mental” sin saber, todavía, cómo será. Ada Fanelli.
Cuando hablamos de Salud Mental, eso sí, estamos haciendo referencia a la gente. A la tristeza opacando las miradas, al miedo sometiendo con su poder el fulgor de esas miradas, a la ira que destella algunas veces en las pupilas. Sobre todo, a la desmesura en la pena, el terror, el odio. Y hablamos, desde luego, de las condiciones de vida de la gente, donde se originan pena, miedo, rencor.
Pero esto último sería bastante difícil de aceptar, especialmente para muchos especialistas en Salud Mental, porque complicaría su tarea, haciendo inútiles los diagnósticos, las interpretaciones, las evaluaciones conductuales, las recetas y las internaciones.
Relacionar las condiciones de vida de la gente con la Salud Mental, exigiría un cambio de actitud. Las Historias Clínicas, por ejemplo, consignarían el dolor del desempleo, o de la marginalidad, o de la injusticia, o del maltrato institucional, o de la angustia del desamor y el abandono.
En definitivas cuentas, se transformarían en largas y repetidas narraciones sobre soledad, carencia y discriminación.
Y una vez que las evaluaciones y las recetas ya no fuesen útiles, qué tarea desempeñarían los Profesionales de la Salud Mental. Tal vez, como única opción, tendrían que ayudar a la gente a vivir mejor. Enseñar que este es el único mundo que tenemos y hay que aceptarlo tal como es pero, también, que tenemos la posibilidad de transformarlo en otro más justo, más bueno, más solidario y hecho con el trabajo de todos.
Cuánta tarea enseñar Salud Mental. Quién sabe si sabríamos como. ¿Y si no supiésemos? Necesitaríamos diseñar seminarios para no saber. No saber como sufrir un poco menos cuando los zapatos nos hacen doler el cuerpo, el alma. Entonces también necesitaríamos reconocernos con alma, y buscar un lugar para ella, donde la tristeza fuese más lógica que las teorías acerca de la tristeza, donde el miedo de los hombres no se relacionara con encerrar a otros hombres, y la esperanza fuese artículo de primera necesidad. Al revés de lo que ocurre, aprenderíamos a andar todos juntos, inventando por el camino, como en un delirio colectivo, eso que nombramos como “Salud Mental” sin saber, todavía, cómo será. Ada Fanelli.