viernes, 12 de septiembre de 2008

Artículo del "Tato" Pavlovsky. Obligatorio leer.

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PSICOLOGIA › UN DIALOGO ENTRE CHICOS TAN DIFERENTES
El gordo y el flaco



Por Eduardo Pavlovsky

Desde Caballito partió una familia en su coche hacia el norte argentino para pasar sus vacaciones. Al llegar a un lujoso hotel de la ciudad, el padre le recomendó a su hijo Mario que realizara los cuarenta y cinco minutos que el médico le había recomendado como caminata diaria.

El lugar era bellísimo y una vez cambiado en su ropa de sport, Mario zarpó tomando una calle que le pareció la más atractiva. Luego fue explorando otras rutas hasta llegar a un conjunto de casas de adobe; en la puerta de una de ellas encontró sentado a un niño que tendría su misma edad.

Mario: ¿Cómo te llamas?

–Julián –respondió el niño que parecía alcanzar los 12 años de edad.

Mario: Te noto muy flaco. Estás esquelético. ¿No morfás?

Julián: Tomo desayuno con mate cocido y una galleta. Después almuerzo algo de verduras y una sopa. A la noche no comemos.

Mario: ¡Tenés que comer!

Julián: No siempre hay. En casa somos ocho. Tengo cinco hermanos menores y el viejo y la vieja. Con lo que gana el viejo no nos da para morfar a la noche a todos. A veces cenamos tres. Otras veces los otros tres. Papá y mamá casi nunca comen. Dicen que es bueno no comer a la noche. ¡Qué sé yo! La vieja me enseño un método para no tener hambre a la noche. Me dice que mire un punto fijo, que no deje de mirarlo y que relaje los músculos hasta los esfínteres. El hambre se me pasa. Y vos, ¿qué morfás que estás tan gordo?

Mario: Me morfo todo. Abro la heladera y me hago un plato grande con lo que encuentro: fideos, pedazos de carne, me gustan mucho el puré y el lechón, pizza y ravioles. Además, siempre en casa mamá hace tortas y yo me llevo dos pedazos grandes –a veces tortas de frutilla y chocolate– y me hago una bandeja y voy a ver televisión. El año pasado pesaba 62 kilos, pero este año aumenté mucho porque como mucho chocolate, peso 73 kilos. A veces en el quiosco me compro diez alfajores de chocolate. Me vuelve loco el chocolate y me los morfo todos. Después me siento pesado. A veces, no siempre, vomito cuando me siento muy cargado. Me gusta morfar viendo fútbol o a Tinelli. Es una fiesta. Primero lo salado y después me empacho con dulces. Ver televisión me encanta. Me paso horas viendo televisión y morfando. Después la computadora, y a veces leo las lecciones del colegio. Pero los ojos se me cierran y entonces me apoliyo. Ultimamente no duermo bien. Por eso mis viejos me llevaron a la prepaga.

Julián: ¿Qué es una prepaga?

Mario: Una prepaga es un servicio médico que el viejo paga para toda la familia. Somos cuatro.

Julián: ¿Es cara la prepaga?

Mario: Es de las mejores y por 2500 pesos por mes tenés asegurada la salud de toda la familia. A mí me llevaron por mi obesidad. Una consulta. Y tuvimos la suerte que ahora las prepagas te cubren la obesidad.

Julián: Cubren, ¿qué es?

Mario: Te pagan el tratamiento. Una dieta muy estricta y ejercicios físicos. Por ahora caminar.

Julián: ¿Caminar?

Mario: Tengo que caminar cuatro kilómetros cuatro veces por semana y hacer la dieta. Caminar camino, como hoy que vengo caminando del hotel hasta llegar a tu casa. Pero lo hago una vez por semana. Me canso enseguida. Me fatigo. Pero morfar no puedo dejar de morfar. No me van a joder la vida con la comida. Eso es privado. El médico me reta porque no bajo y yo le digo que cumplo el tratamiento. Hoy me morfé asado, una raviolada, torta pascualina y me comí cinco alfajores de chocolate de postre. ¿Y vos en qué grado estás?

Julián: Yo ya no puedo ir a la escuela. Fui cuatro años. Queda a diez kilómetros y el viejo se lleva la bicicleta para ir a laburar. Yo como estoy no puedo ir caminando. Me duelen las piernas. Al principio lo hacía. Pero ya no puedo.

Mario: ¿Y qué hacés todo el día?

Julián: Me quedo en casa cuidando a mis hermanitos y ayudando a la vieja. Para colmo nos quieren aumentar el alquiler. La vieja hace pastelitos de membrillo para ganar algo y ayudar al viejo.

Mario: ¿Y no ves televisión?

Julián: Cuando voy a la ciudad con el viejo a veces veo algún partido. Pero muy de vez en cuando. Hay un bar que transmite los partidos.

Mario: No tener tele debe ser terrible.

Julián: Lo terrible es no poder morfar bien todos los días y no poder subir de peso. ¿Vos cuánto pesás?

Mario: 73 kilos, pero tengo 11 años.

Julián: Yo tengo 12 años y peso 39 kilos. Estamos jodidos los dos. Vos por mucho y yo por poco.

Mario: Te cuento que yo conozco pibes pobres que están gordos como yo. Se comen diez panes por día los locos. Conozco otros pibes pobres que traen comida del basural de León Suárez. Sacan la comida de las bolsas de basura que deja la gente. Y morfan bien. Como dice el viejo “aquí en la Argentina el que no come es porque no se la rebusca bien”.

Julián: ¿Vos crees en Dios?

Mario: Voy a un colegio católico, pero creer en Dios, creer en Dios, no. No creo.

Julián: Yo sí, mi viejo también. A veces rezamos juntos para que Dios nos ayude.

Mario: ¡Dejate de joder! Comprate o pedí prestado una bicicleta y andá al colegio.

Julián: A mamá una tía le paga una vez al año el viaje a Buenos Aires para ir a pedir ayuda a San Cayetano.

Mario: ¿Y la ayudó?

Julián: A estar en paz, así dice ella y yo le creo.

Mario: ¿Y vos creés que San Cayetano los puede ayudar? ¿En serio lo decís?

Julián: Yo no lo sé. Pero lo bueno es creer. Tengo esperanzas. Si no, ¿quién te ayuda? Decime, ¿quién nos puede ayudar?

Mario: Qué sé yo. ¿Y si te pasa algo hay algún hospital?

Julián: Tenemos cerca un dispensario con un médico que viene dos veces por semana. Pero le falta de todo. El otro día un hermanito mío se hizo una herida y el médico no lo podía coser porque no tenía hilo. Sin embargo, se las arregló para juntar los bordes de la herida con tira emplástica. Un buen médico.

Mario: ¿Es gratis?

Julián: Y claro, no podríamos pagar. En la ciudad hay un hospital, pero los médicos se quejan de que falta algodón, aparatos de cirugía, enfermeras, medicamentos. De todo falta.

Desde lejos se ve llegar en bicicleta al padre de Julián. Es un hombre envejecido de unos 40 años. Al llegar lo observa detenidamente a Mario. “Che, pibe, estás obeso. Cuidate. ¿Vos sos de Capital Federal? Casi todos los pibes obesos viven allí. Cuidate pibe que después se te puede complicar con el corazón y la diabetes. ¡Hacé una dieta! ¡Comé menos! Te lo digo por tu bien. Me lo dijo un médico de la ciudad.

Mario lo mira. Los tres se miran y Mario sin decir palabra comienza a recorrer el camino de retorno. A los 50 metros de caminata se fatiga y dice: ¡Qué carajo saben estos indios de mierda! ¡Y opinan de medicina! ¡Lindo país tenemos con estos analfabetos! Se vuelve a detener fatigado y comienza a llorar desconsoladamente.

Imperdible!!!!! articulo de Emiliano Gallende. 11-09-08 Pagina 12

PSICOLOGIA › SOBRE LA MEDICALIZACION DEL MALESTAR PSIQUICO
Psicofármacos y “la ilusión de no ser”



Por Emiliano Galende *

Los problemas de la salud mental se han expandido, su complejidad se ha hecho evidente por sí misma. De lo que se trata hoy va más allá del asilo, las cadenas, el encierro, el adoctrinamiento simbólico por la institución de la psiquiatría. El encierro, la contención y el disciplinamiento mismo pueden dejar de ser necesarios si la ideología psiquiátrica positivista logra imponerse definiendo la condición de “paciente” como ajena al dominio de la experiencia humana con sentido. Si la ansiedad, la tristeza profunda, la imposibilidad de conciliar el sueño, la inquietud y desatención de los niños, las obsesiones y las dudas que afectan a mujeres y hombres de nuestro tiempo son aceptadas como enfermedades y pasibles de su tratamiento por medios técnicos artificiales, esta psiquiatría positivista habrá finalmente consumado sus objetivos, ahora por medios menos violentos con los que persiguió este mismo objetivo en el siglo XIX y en los manicomios actuales. Si se logra definir que estas emociones y sentimientos humanos son “procesos patológicos”, no importa tanto si se lo atribuye al cerebro, a lo medioambiental o a la sociedad, nadie podrá en su sano juicio pedirle a la gente común que no trate de librarse de él por medio de algún remedio.

D. Ingleby señala: “La psiquiatría carga sobre sí misma la responsabilidad del dolor y la frustración de las personas; confisca sus problemas, los redefine como ‘enfermedades’ y (con suerte) extermina los síntomas. Venid a mí, todos los que trabajáis y estáis sobrecargados y yo os daré... olvido. A medida que este aparato se perfeccione, más y más se aleja hacia el futuro el objetivo de una sociedad verdaderamente adecuada para que en ella vivan los seres humanos”.

Desandar la enorme mistificación de la vida y sus padecimientos que los códigos de la psiquiatría han edificado en sus doscientos años de existencia, agregando la nueva fuerza y los enormes recursos económicos que le aporta su sociedad innegable con la industria farmacéutica no resulta tarea sencilla. Pero cabe confiar que este poder exacerbado actualmente, esta nueva hegemonía del antiguo positivismo, como nos lo enseña la historia, está a la vez anunciando su decadencia y su imposibilidad de respuesta a lo esencial del sentir y el pensar del hombre.

En la situación en que estamos hoy en el campo de la salud mental, es ineludible preguntarnos acerca de por qué razones la gran conmoción intelectual y política de los años sesenta, que cuestionó y puso en crisis todo el edificio doctrinario y práctico de la psiquiatría positivista y de la institución asilar, desde su saber, su metodología, su estilo intelectual de conocimiento, que llevaron a un replanteo de sus prácticas diagnósticas y sus tratamientos, no logró detener esta tendencia histórica a la recaída en el antiguo positivismo biológico. Reconocemos que en muchos países, especialmente de Europa, este período dio lugar a grandes reformas en los sistemas de atención, el cierre de hospitales psiquiátricos y su reemplazo por servicios comunitarios, el vuelco de la atención al primer nivel del sistema de salud y la inclusión de otros profesionales en las prácticas del sector (psicólogos, trabajadores sociales, enfermeros, etc.). No ocurrió así en los países llamados periféricos, que manteniendo lo esencial del modelo asilar fueron mucho más rápidamente aptos para la instalación de esta nueva medicalización de la vida. Si bien la crisis de los años sesenta estaba planteada en la psiquiatría y la institución asilar, abarcó y tuvo impacto en el conjunto de las ciencias humanas. La deconstrucción de la institución psiquiátrica develó al mismo tiempo los juegos entre el poder de las disciplinas, su papel como aparatos ideológicos (Althusser), su función social de disciplinamiento y control (Foucault). El develamiento de un mismo régimen de “institución total” mostrado por Goffman en el hospital psiquiátrico, la cárcel, los institutos de menores, se constituyó en un nuevo indicador para comprender la función sobre la subjetividad de este poder institucional. Las convincentes demostraciones de Foucault en relación con las formas del saber y su relación con la dominación, capaces de generar formas de subjetividad con la marca de la disciplina, que llevaron a conceptos hoy vigentes en las ciencias sociales como el de “institucionalización” y “producción subjetiva”. La emergencia de un nuevo modo de comprender por el cual se devela que las teorías no son reflejo de ninguna realidad objetiva sino constructoras de su objeto, surgido en estos años y hoy reconocido en todas las disciplinas humanísticas. La crítica al positivismo en la medicina y en el campo de la salud, que influyó y hoy sostiene mucho de los movimientos de Salud Colectiva. El retorno a la compresión de la subjetividad como agente a la vez no autónomo ni consciente de su propia producción, que inspira (especialmente por influencia del psicoanálisis) muchas de las teorías sociales y políticas vigentes.

Todos estos cambios intelectuales se dieron en forma conjunta mostrando lo fecundo de aquellos nuevos principios de la crítica, que ponían sobre la escena social a los grandes críticos de la razón moderna, Marx, Nietzsche, Freud, cita obligada en toda la producción de una nueva cultura intelectual. Los movimientos críticos de la psiquiatría formaron parte de este giro en los modos de pensar y hacer, uniendo a una racionalidad crítica la defensa de los derechos humanos, el cuestionamiento al autoritarismo de la disciplina, la función ideológica que cumplía la institucionalización. Especialmente los llamados movimientos de la antipsiquiatría (Laing, Cooper, Basaglia, Castel, Szasz) y también de otros que, sin la oposición antipsiquiátrica, se propusieron desarrollar una nueva interpretación del sufrimiento mental en relación con la cultura y la vida social (Marcuse, Sayers, Wing, Brown, Ingleby, Fanon, Sennet, Esterson, Mannoni, Busfierd, etc.)

Es probable que no haya una única respuesta a esta situación, de hecho queda la pregunta ya formulada de cuánto los cambios en la cultura de estos años han influido, han hecho más funcionales a los criterios de la psiquiatría las creencias y los comportamientos prácticos de las personas. Quiero al menos intentar una respuesta, enfocando uno de los nuevos poderes en este campo, me refiero a la industria farmacéutica. Poder no desestimable si tenemos en cuenta que (en 2004) vendió cerca de seiscientos mil millones de dólares y que la producción y venta de psicofármacos, rubro medio hasta los años ochenta, alcanza en los últimos años los primeros puestos entre la venta general de medicamentos.

Está claro que este nuevo mercado no puede dejar de proteger e incrementar sus intereses económicos, y estos intereses vienen de la mano de la investigación científica. Está claro que de ninguna manera cuestiono el valor de la investigación y la ayuda financiera de la industria a esta investigación, ni tampoco desconozco el valor de alivio que estos nuevos psicofármacos significan para muchas personas; lo que trato de comprender es el funcionamiento social real de este poder económico en el campo de la salud mental. Hubo en estos años al menos tres procesos, relativamente nuevos para el campo de la salud mental, que tenían antecedentes, aun cuando en menor escala, en la medicina general. En primer lugar, la industria aplica enormes recursos económicos a la investigación neurobiológica y genética, en gran parte dirigidos a la producción de nuevas moléculas químicas; un noventa por ciento de la investigación actual en este sector está financiada por la misma industria, en laboratorios propios, financiando universidades y laboratorios privados. Es obvio que la producción científica está direccionada a la producción de conocimientos en el cual se alimenta hoy gran parte del saber de los psiquiatras. En segundo lugar, desde hace años, bajo el eslogan de la “década del cerebro”, la industria desarrolla una política amplia de difusión, dirigida a crear y fortalecer el mercado para sus productos. Estos objetivos se dirigen en dos direcciones. Por un lado, a través de medios masivos de comunicación: periódicos, revistas, televisión, noticieros, documentales en cine, etc., en los cuales se anuncian periódicamente nuevos descubrimientos “científicos” sobre el comportamiento humano y sus malestares, e indica que la “ciencia está tras ellos” para combatirlos: pronto estará el anuncio del nuevo remedio (ver la campaña por el alprazolan en Estados Unidos, luego por la foxetina, últimamente por el Viagra). Por otra parte, una política similar de propaganda se dirige al sector profesional (que es el que en definitiva vende estos productos): artículos en revistas científicas, publicación de nuevos estudios, financiando libros y revistas, organizando simposios donde se exponen los nuevos productos y sus beneficios, financiando la realización de congresos. Gran parte de la literatura científica actual sobre las neurociencias y la aplicación de fármacos en psiquiatría proviene de esta industria. En tercer lugar, asistimos, como parte de esta política, a una nueva asociación entre la industria farmacéutica y las corporaciones de los especialistas. Por esta asociación la industria financia la realización de congresos, las publicaciones de las asociaciones profesionales, viajes de placer, jornadas especiales sobre un nuevo producto, etc. Quienes asisten últimamente a estos congresos podrán observar que su montaje es progresivamente más dependiente de los laboratorios y sus criterios de comercialización que de los criterios científicos de la disciplina. Muchas de estas actividades están dirigidas a promover determinados liderazgos científicos entre profesionales más aptos para plegarse a los objetivos comerciales de la industria. En su conjunto, todas estas acciones convergen para potenciar la medicalización, generar la ilusión de que para cada malestar de la existencia tendremos el remedio adecuado para eliminarlo, sin necesidad de detenernos en preguntarnos por sus razones. Es tal la magnitud de este nuevo poder, y de esta asociación con las corporaciones profesionales, que recientemente se está promoviendo en el ámbito legislativo en Estados Unidos una ley para limitar y controlar esta relación económica entre industria y profesionales.

* Fragmento del libro Psicofármacos y salud mental. La ilusión de no ser, de reciente aparición (Lugar Editorial).